Durante los primeros días, el aire se cortaba con papel. La relación entre ellas estaba congeladísima. Pero, con el correr de los días, las aguas fueron bajando. Hasta que una tarde de enero, estando sola, la chica (que iba por más) lo invitó a tomar algo a su casa. Y él aceptó.
Inmersos en mimos y arrumacos, se olvidaron que en la casa vivían tres jóvenes más y que, en cualquier momento, llegaría una. Pero la suerte estaba de su lado porque quien llegó fue su best. Entonces, él decidió irse.
A la hora de la cena, su amiga -ansiosa-, empezó el interrogatorio. La chica no tuvo más remedio que contestar a todas y cada una de sus preguntas, bajo la mirada recelosa de la otra, quien continuaba sumando bronca y sostenía, con uñas y dientes, la firme convicción de sentir algo muy fuerte y profundo por el joven yankee.
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