Él era un atorrante de aquellos, y ella lo sabía. Le mandaba sms con alguna que otra frase hecha, la esperaba en el msn hasta altas horas de la noche, la pasaba a buscar cuando salían y la llevaba de regreso a su casa: la mimaba como sólo él podía hacerlo, pero de amor ni hablar. Con cada acción suya, ella se moría de amor. Y lo odiaba por eso; lo odiaba por prometerle -en vano- el cielo y las estrellas, lo odiaba por dejarle ese gusto amargo del desamor, lo odiaba porque la quería pero no alcanzaba. Y justo ahí, cuando ella creía que nunca iba a tenerlo, aparecía. Y le mandaba un sms, le hablaba por msn, la pasaba a buscar; y ella -una vez más- caía en sus redes.
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